Fragmentos y notas del libro abierto a la luz de cada día:

Las leyes que definen el universo de la materia hacen que ésta se encuentre en constante interacción atómica y finalmente todo objeto o cuerpo pierde su función o su existencia. Algunas veces será cuestión de minutos y otras quizá, de miles de años. El entorno que nos rodea, es decir todo el mundo objetivo y sus manifestaciones, está supeditado a la manera como nos relacionamos con él y de acuerdo con nuestra perspectiva que tengamos sobre la existencia misma. Cada objeto tiene un significado, el cual hemos incorporado  a través de procesos de aprendizaje y la experiencia diaria; así mismo, influyen las relaciones que establecemos con los seres vivos y lo que experimentamos en dicho intercambio. Al final, todo conlleva a una manera de apreciar la vida y de darle un sentido.

Con base en lo anterior, se podrían clasificar los individuos en tres grupos de acuerdo a la forma en que se asume o se percibe la vida:

Un muy amplio grupo de personas, concentra su vida en función únicamente de la supervivencia. El ocio y la pereza acampan en su manera de proceder y no dan importancia alguna a lo excelso de la condición humana ni se esfuerzan por indagar la esencia de la existencia.

El otro grupo, va más allá e integra concepciones más amplias para lo cual no sólo vive únicamente en función de la supervivencia, sino que realiza con esfuerzo actividades que le permitan materializar sus deseos atendiendo a patrones sociales y pretensiones de la mente, con el propósito usual de la consecución de estatus, perfeccionamiento profesional, reconocimiento de sus logros y el éxito económico o intelectual. Adquieren conocimientos del mundo en función de sus intereses y fortalecen habilidades específicas de acuerdo con la comunidad o sociedad de  la cual hacen parte. Se concede interés por el desarrollo profesional, sentimental y laboral. Aunque vislumbran un sentido superior de la existencia, no se empeñan con la misma determinación para obtener tal conocimiento ni priorizar sus actos en tal sentido. El hacer y el tener determinan la pauta de su propósito de vida.

El tercer grupo de personas, concibe la  existencia allende del universo material, que aunque reconocen su importancia para moverse en él, procuran trascenderlo y obtener mayor conocimiento del ser. Confieren a la vida un vínculo estrecho con un propósito superior que integra leyes de lo material y lo espiritual, donde lo material está determinado por lo espiritual. La naturaleza del espíritu está en el ámbito de lo imperecedero y su manifestación y esencia está regida por leyes de  equilibrio, armonía, belleza y paz permanente. El ser es lo más importante en la existencia; actúan de manera que el hacer y el tener, tengan cabida en sus vidas, siempre y cuando permitan un sentido superior supeditado al ser.

Vivir en función de comer, trabajar y dormir como único interés y sentido de la vida, es un asunto donde se subestima el potencial que ofrece la existencia, es decir, no se le otorga el sentido verdadero al ser humano respecto de su naturaleza. En el estado más primario, diríamos, menos consciente y por lo tanto más autómata, el individuo cumple igual rol que el de un animal. No se pretende denigrar acerca de la existencia de los animales; por supuesto que se reconoce su importante función en la naturaleza, pero sería impropio pretender que la existencia de un ser humano se equipara con la de un animal, sobre todo, en consideración a las facultades con que cuenta un humano y su potencial por desarrollar.

A diferencia de los animales, el ser humano puede, a través de su mente, analizar cada vivencia y con base en ella cambiar las condiciones que le puedan ser  adversas. En el transcurso de su existencia aprende de su experiencia por los eventos del pasado y redefine sus actos en el presente, con lo cual puede lograr superar sus limitaciones y adquirir conocimiento importante para su vida. Convive en sociedad y procura mejorar las condiciones, no solo las propias sino las de sus congéneres cuando por efecto de sentimientos de compasión, realiza actos de solidaridad y ayuda a otros en situaciones difíciles. Lo paradójico es que la gran mayoría de los seres humanos que han concebido la vida desde las dos primeras concepciones indicadas anteriormente, y en especial quienes viven en función de la segunda concepción – en la cual las relaciones con el mundo se definen por el hacer y el tener, dando rienda suelta a la creciente satisfacción de deseos, al fortalecimiento del ego y el uso del poder con fines únicamente personales - ha ocasionado un desequilibrio sin igual, al transgredir todas las leyes del equilibrio de la naturaleza hasta el punto caótico en el cual se encuentra actualmente. Contrario a lo que se piensa, en estas condiciones, ese poder desenfrenado que  busca el hombre, cada vez le confiere mayor fragilidad a su propia existencia. La arrogancia por el poder exterior que exhibe, es muestra de su propia debilidad en relación a su poder interior.

Es usual observar a líderes y personas reconocidas socialmente por su ingenio, su manera de obtener dinero, y sobre todo, por la adquisición de bienes de lujo de toda clase.  Se convierten en un referente social, en un prototipo a imitar. En tal sentido, muchos quieren homologar su forma de vida, sin embargo, se desconoce a priori los pormenores de este tipo de existencia. La consecución de bienes materiales despierta el sentimiento de lucro y codicia y cada vez se desea obtener más, lo cual crea un estado de dependencia y esclavitud permanente. Entre más bienes se tienen, más esfuerzo, energía y atención habrá que dedicar para mantenerlos. Esto trae una serie de consecuencias adversas para la persona, en tanto que las relaciones familiares y sociales, en muchos sentidos, se ven afectadas por esta forma de concebir la vida: exceso en el trabajo, relaciones familiares frágiles, búsqueda de placeres sensoriales de diversa índole, escaso esparcimiento con sus seres queridos, sólo por nombrar algunas. Todo esto finalmente confluye en enfermedad, angustia y estados de insatisfacción constantes. Y eso sin tener en cuenta un elemento que activa aún más los estados de crisis, el cual se presenta cuando por situaciones que son propias a las leyes de la vida, la persona pierde todo en lo cual puso su energía e interés y queda sin la base que le había otorgado el sentido a su forma de vivir; en tales casos el sufrimiento toca límites.

Es usual que las personas trabajen con intensidad para acumular dinero o bienes que les permita en su vejez un retiro libre de dificultades económicas. Mientras lo hacen, pasan por momentos de fuerte presión y estrés, y la mayor parte del tiempo lo destinan a trabajar vehementemente, lo cual va minando la salud y la energía. Entonces, se encuentran al final de sus vidas tan agotados que no pueden disfrutar con tranquilidad y plenitud su vejez. Y por supuesto, ni un solo céntimo de lo que han acumulado se lo podrán llevar consigo al momento de la muerte!

Quien trabaja intensamente para obtener lucro económico, fama o reconocimiento social, es frecuente que en una etapa posterior lo pierda o se encuentre en una situación de crisis emocional, porque todo lo que pertenece al mundo material y por lo tanto dado sus propias derivaciones, es de carácter transitorio y estará sometido a cambio, que es la base de la vida material en este mundo, ningún objeto ni evento relacionado permanece por siempre. La riqueza, la fama o el estatus social no son permanentes, son circunstanciales y precisamente dichas circunstancias están sujetas a transformaciones de toda índole.

El asunto central no tiene que ver propiamente con la forma en que se atiende la vida para obtener el sustento, bien sea como empresario, ama de casa, obrero, sacerdote, artesano, empleado, etc.; son todas profesiones, podría decirse trajes o roles, que permiten desarrollar las facultades y aptitudes acordes con el interés personal. Lo que realmente dota de valor a un individuo, es el conocimiento de sí mismo, la fuerza de su carácter para poder enfrentar cualquier tipo de situación en condiciones favorables o desfavorables, la posibilidad de expresar su vitalidad y realizar sus actos en virtud no solo del amor propio sino también el de los demás. Entonces, la adquisición de este tipo de conocimiento será el cimiento para que una persona adquiera sabiduría, se torne segura de sí misma, y amplíe su consciencia para atender con nobleza cada etapa de su existencia. Comprenderá los lazos que entrelazan al hombre con la naturaleza y otorgará alto valor a la misma (la cual se dona al ser humano para suplir sus necesidades), reconociendo la belleza y perfecta armonía que contiene la vida. En este tipo de existencia, la paz es un estado que se ha ido logrando a través de la vida, es invaluable y no se posterga, se vive día a día y allí estará el gran tesoro para sentirse feliz".

* Fragmento del texto "Vivir para Ser Feliz" - Cap. III, Jorge Eduardo Restrepo R.

100_0185

El otro grupo, va más allá e integra concepciones más amplias para lo cual no sólo vive únicamente en función de la supervivencia, sino que realiza con esfuerzo actividades que le permitan materializar sus deseos atendiendo a patrones sociales y pretensiones de la mente, con el propósito usual de la consecución de estatus, perfeccionamiento profesional, reconocimiento de sus logros y el éxito económico o intelectual. Adquieren conocimientos del mundo en función de sus intereses y fortalecen habilidades específicas de acuerdo con la comunidad o sociedad de  la cual hacen parte. Se concede interés por el desarrollo profesional, sentimental y laboral. Aunque vislumbran un sentido superior de la existencia, no se empeñan con la misma determinación para
obtener tal conocimiento ni priorizar sus actos en tal sentido. El hacer y el tener determinan la pauta de su propósito de vida.

El tercer grupo de personas, concibe la  existencia allende del universo material, que aunque reconocen su importancia para moverse en él, procuran trascenderlo y obtener mayor conocimiento del ser. Confieren a la vida un vínculo estrecho con un propósito superior que integra leyes de lo material y lo espiritual, donde lo material está determinado por lo espiritual. La naturaleza del espíritu está en el ámbito de lo imperecedero y su manifestación y esencia está regida por leyes de  equilibrio, armonía, belleza y paz permanente. El ser es lo más importante en la existencia; actúan de manera que el hacer y el tener, tengan cabida en sus vidas, siempre y cuando permitan un sentido superior supeditado al ser.

El otro grupo, va más allá e integra concepciones más amplias para lo cual no sólo vive únicamente en función de la supervivencia, sino que realiza con esfuerzo actividades que le permitan materializar sus deseos atendiendo a patrones sociales y pretensiones de la mente, con el propósito usual de la consecución de estatus, perfeccionamiento profesional, reconocimiento de sus logros y el éxito económico o intelectual. Adquieren conocimientos del mundo en función de sus intereses y fortalecen habilidades específicas de acuerdo con la comunidad o sociedad de  la cual hacen parte. Se concede interés por el desarrollo profesional, sentimental y laboral. Aunque vislumbran un sentido superior de la existencia, no se empeñan con la misma determinación para obtener tal conocimiento ni priorizar sus actos en tal sentido. El hacer y el tener determinan la pauta de su propósito de vida.

Vivir en función de comer, trabajar y dormir como único interés y sentido de la vida, es un asunto donde se subestima el potencial que ofrece la existencia, es decir, no se le otorga el sentido verdadero al ser humano respecto de su naturaleza. En el estado más primario, diríamos, menos consciente y por lo tanto más autómata, el individuo cumple igual rol que el de un animal. No se pretende denigrar acerca de la existencia de los animales; por supuesto que se reconoce su importante función en la naturaleza, pero sería impropio pretender que la existencia de un ser humano se equipara con la de un animal, sobre todo, en consideración a las facultades con que cuenta un humano y su potencial por desarrollar.

A diferencia de los animales, el ser humano puede, a través de su mente, analizar cada vivencia y con base en ella cambiar las condiciones que le puedan ser  adversas. En el transcurso de su existencia aprende de su experiencia por los eventos del pasado y redefine sus actos en el presente, con lo cual puede lograr superar sus limitaciones y adquirir conocimiento importante para su vida. Convive en sociedad y procura mejorar las condiciones, no solo las propias sino las de sus congéneres cuando por efecto de sentimientos de compasión, realiza actos de solidaridad y ayuda a otros en situaciones difíciles. Lo paradójico es que la gran mayoría de los seres humanos que han concebido la vida desde las dos primeras concepciones indicadas anteriormente, y en especial quienes viven en función de la segunda concepción – en la cual las relaciones con el mundo se definen por el hacer y el tener, dando rienda suelta a la creciente satisfacción de deseos, al fortalecimiento del ego y el uso del poder con fines únicamente personales – ha ocasionado un desequilibrio sin igual, al transgredir todas las leyes del equilibrio de la naturaleza hasta el punto caótico en el cual se encuentra actualmente. Contrario a lo que se piensa, en estas condiciones, ese poder desenfrenado que  busca el hombre, cada vez le confiere mayor fragilidad a su propia existencia. La arrogancia por el poder exterior que exhibe, es muestra de su propia debilidad en relación a su poder interior.

Es usual observar a líderes y personas reconocidas socialmente por su ingenio, su manera de obtener dinero, y sobre todo, por la adquisición de bienes de lujo de toda clase.  Se convierten en un referente social, en un prototipo a imitar. En tal sentido, muchos quieren homologar su forma de vida, sin embargo, se desconoce a priori los pormenores de este tipo de existencia. La consecución de bienes materiales despierta el sentimiento de lucro y codicia y cada vez se desea obtener más, lo cual crea un estado de dependencia y esclavitud permanente. Entre más bienes se tienen, más esfuerzo, energía y atención habrá que dedicar para mantenerlos. Esto trae una serie de consecuencias adversas para la persona, en tanto que las relaciones familiares y sociales, en muchos sentidos, se ven afectadas por esta forma de concebir la vida: exceso en el trabajo, relaciones familiares frágiles, búsqueda de placeres sensoriales de diversa índole, escaso esparcimiento con sus seres queridos, sólo por nombrar algunas. Todo esto finalmente confluye en enfermedad, angustia y estados de insatisfacción constantes. Y eso sin tener en cuenta un elemento que activa aún más los estados de crisis, el cual se presenta cuando por situaciones que son propias a las leyes de la vida, la persona pierde todo en lo cual puso su energía e interés y queda sin la base que le había otorgado el sentido a su forma de vivir; en tales casos el sufrimiento toca límites.

Es usual que las personas trabajen con intensidad para acumular dinero o bienes que les permita en su vejez un retiro libre de dificultades económicas. Mientras lo hacen, pasan por momentos de fuerte presión y estrés, y la mayor parte del tiempo lo destinan a trabajar vehementemente, lo cual va minando la salud y la energía. Entonces, se encuentran al final de sus vidas tan agotados que no pueden disfrutar con tranquilidad y plenitud su vejez. Y por supuesto, ni un solo céntimo de lo que han acumulado se lo podrán llevar consigo al momento de la muerte!

Quien trabaja intensamente para obtener lucro económico, fama o reconocimiento social, es frecuente que en una etapa posterior lo pierda o se encuentre en una situación de crisis emocional, porque todo lo que pertenece al mundo material y por lo tanto dado sus propias derivaciones, es de carácter transitorio y estará sometido a cambio, que es la base de la vida material en este mundo, ningún objeto ni evento relacionado permanece por siempre. La riqueza, la fama o el estatus social no son permanentes, son circunstanciales y precisamente dichas circunstancias están sujetas a transformaciones de toda índole.

El asunto central no tiene que ver propiamente con la forma en que se atiende la vida para obtener el sustento, bien sea como empresario, ama de casa, obrero, sacerdote, artesano, empleado, etc.; son todas profesiones, podría decirse trajes o roles, que permiten desarrollar las facultades y aptitudes acordes con el interés personal. Lo que realmente dota de valor a un individuo, es el conocimiento de sí mismo, la fuerza de su carácter para poder enfrentar cualquier tipo de situación en condiciones favorables o desfavorables, la posibilidad de expresar su vitalidad y realizar sus actos en virtud no solo del amor propio sino también el de los demás. Entonces, la adquisición de este tipo de conocimiento será el cimiento para que una persona adquiera sabiduría, se torne segura de sí misma, y amplíe su consciencia para atender con nobleza cada etapa de su existencia. Comprenderá los lazos que entrelazan al hombre con la naturaleza y otorgará alto valor a la misma (la cual se dona al ser humano para suplir sus necesidades), reconociendo la belleza y perfecta armonía que contiene la vida. En este tipo de existencia, la paz es un estado que se ha ido logrando a través de la vida, es invaluable y no se posterga, se vive día a día y allí estará el gran tesoro para sentirse feliz».

  • Fragmento del texto «Vivir para Ser Feliz» – Cap. III, Jorge Eduardo Restrepo R

Con Sentido Superior

Capitulo 1.

(Ingresar texto…)